Como escritor, uno aspira a entender la literatura de un modo que no se planteaba en su alegre época de lector puro. Definitivamente, los escritores somos seres heridos, que mediante una construcción social que nos fue cedida, intentamos combatir y transformar una realidad que golpea fuerte. No es la única visión: también existe una literatura exclusivamente funcional a la ley del mercado y a lo superestructural, con todo lo que eso implica, pero en su estado puro, por su intrínseco carácter de herramienta reflexiva y sensible, la literatura es un fenómeno que tiende a modificar la estructura de los procesos cognitivos, haciendo que lo práctico vivencial comparta espacios con lo conceptual, lo cual implica nuevas formas de pensamiento, y por tanto, un potencial cuestionamiento y detección del conjunto de ideas dominantes. En ese marco, la necesaria reflexión sobre estos temas conduce, inevitable y afortunadamente, a un diálogo entre creadores. De esa forma, desde la indagación y la deliberación, en un intercambio franco entre escritores, lo empírico sucede a teórico y lo teórico a lo empírico, generando un espiral ascendente, en el que la dialéctica deriva siempre en nuevas tesis y antítesis.